Bogotá

Recuerdo el día en que llegué con mi madre y sus lágrimas en los ojos. Recuerdo su incredulidad de la fortaleza de mi espíritu para pelear con un monstruo tan grande, como esta ciudad. Recuerdo las discusiones infinitas que tuve en todos mis círculos sociales. Recuerdo decirle a la gente que vendría a ser un poquito más libre, más yo, más feliz.

Cuando el dinero no alcanzo y el hambre vino, tuve frente a mi rostro la fragilidad de toda idea, el cuerpo que la piensa. Mi estómago crujía y no podía quejarme muy alto ante el vecino que llevaba más días en esas que yo. El trabajo nunca he entendido qué tipo de aliciente era, pero alienaba. Mi mente tenía tantas ocupaciones y responsabilidades, que tiempo para una crisis existencial de mis trabajos filosóficos no daba. Y más aún yo creía tener comida, mientras mis vecinos la creían suya, de ellos.

¿Pero qué es el hambre y la pobreza? ¿qué es el maldito ego de una ropa, de unos libros, de una casa? ¿qué frente a la dignidad de una persona? Tenía eso y sólo eso. Tenía la dignidad de ser yo, de estar aquí y seguir luchando por lo que quería y creía. Cuando mi dignidad fue arrebatada, sólo me quedó el asco.

¿Quién era yo? El autómata de turno, la comidilla de la gente sin oficio, el culpable de la desgracia del agresor. Era el barco que su hundía y del cuál no habría sobrevivientes. Olvidé que podía llegar a ser persona, mucho más, olvidé que se suponía que podría ser feliz. Olvidé todo lo que se puede olvidar y hasta lo que se puede sentir.

¿Cómo llegue a esa casa? No lo sé. Un aviso en el periódico, unas llamadas, una visita. Dejé de compartir con las personas y empecé a dormir más tiempo. Mi cabeza no funcionaba y no tenía sentido agotarla en aquello que no le daba. Trabajé aún por más tiempo hasta que una mañana estalló todo aturdiéndome. ¿Así acabaría todo? ¿Con un estallido en la mañana? Los vidrios caían a mis pies y busqué a quién contarle que aún estaba, que sí, que era yo.

Empecé a pensarme desde entonces como un individuo, tan fragil como el papel, tan ingenuo y crédulo, tan estúpido. Construí este lugar a punta de fe. La cama y la cocina fueron lo de menos, el problema era creer que aquel monstruo al fin me había permitido un refugio.

La noticia del empalamiento de una mujer me pareció tan extraña que busqué que significaba esa palabra y luego de eso, un silencio. El parque al que aludían es el parque al que suelo asistir en mis noches de insomnio. Ahora que empecé a creer de nuevo el monstruo me grita: MIEDO!