pandemia IV: Papá
No sé con certeza cuándo le iniciaron los síntomas porque la vigilancia sobre su propio cuerpo no era uno de los fuertes de mi padre, sin embargo sé que al verlo el día 11 de diciembre, acá en mi casa, su malestar era evidente y no pude menos que tratar de paliarlo.
Mientras preparaba el desayuno le di un pocillo con una infusión de jengibre adicionada con miel y limón. Él se recostó en el mueble y cerró sus ojos para descansar mientras era la hora de salir. Luego, desayunamos huevos pericos (con cebolla y tomate), arepa y chocolate. Me dejó media arepa, pero todo lo demás se lo comió y lo disfrutó como era habitual en él.
Partimos hacia el aeropuerto juntos en silencio y con algunos comentarios sobre el paisaje o señalando cosas intrascendentes. No recuerdo si había música o no, pero recuerdo que iba a su lado, feliz y tranquila como solía estar cuando compartíamos juntos la carretera. Luego al devolvernos a mi casa su actitud fue aún más silenciosa y fuera de lo común pero él se lo atribuyó al malestar, así que me dijo que se iba a recostar mejor en su casa. Nos despedimos y eso fue todo.
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Cuando le pedí que me prestara la parcela para hacer un asado con mis amigos dijo que sí, cuando le dije que me prestaba la camioneta, tampoco se opuso. Al teléfono me dio todas las indicaciones para entar y encontrar sus sitios secretos para las cosas. Y ya en el lugar, les mostré cada uno de los detalles que mi papá había soñado y había hecho y les conté lo orgullosa que me sentía de todo lo que él había logrado. Luego, al final del día, compré los medicamentos para mi pequeño malestar que iba en aumento y un par de medicinas que me habían encargado. Al entrar a la casa, mi papá estaba abatido y tumbado pero, aún así ninguna alerta estaba encendida. Me despedí luego de agradecerle por todo y lo besé. Le dije que lo quería mucho y le dije que por favor se cuidara, el dijo que sí y que también me quería.
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Mis sintómas casi que los pasé en silencio ante mi familia pero aún así llamaba a averiguar cómo seguía mi papá. Me dijo que lo acompañara a hacerse la prueba del COVID pero le dije que prefería no hacerlo por mis síntomas y él me entendió. Dijo que mejor cuidara de mí, y que si él llegaba a estar enfermo mejor no nos vieramos hasta estar recuperados. Los resultados de su exámen llegaron cuando el ahogo era significativo y la saturación de oxígeno le bajaba a niveles sospechosos. Ni mi hermano ni yo pudimos verlo en esas circustancias, así que mi madre bajó a cuidar de él. Así estuvo sólo dos días hasta que tuvo que ser llevado de urgencia a la clínica y allí fue intubado de inmediato. Mi madre lo despidió cuando él aún estaba consciente y le dijo que todo estaría bien.
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En cuidados intensivos estuvo conectado a un respirardor por doce días. Tuvo un tratamiento completo de antibiótico y aún así presentó una neumonía de alta peligrosidad que desencadenó en un infarto.
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Mis hermanos y mi madre lloraron desde la parcela de mi papá, su muerte. Yo, de cunclillas lloraba sin parar y procurando no ahogarme. Fui a un parque desde donde se aprecia un bosque en el vacío. Lloré y lloré hasta que mi cuerpo y mi alma así lo necesitaron, hasta que fui capaz de componerme y me aislé de nuevo en mi casa. Hasta acá llegó toda mi familia y en un abrazo de dolor nos fundimos. No había nada más qué hacer, ya mi papá no estaba.