tap, tip, tap

sólo se escucha el golpetear de las teclas

Mes: enero, 2021

pandemia IV: Papá

No sé con certeza cuándo le iniciaron los síntomas porque la vigilancia sobre su propio cuerpo no era uno de los fuertes de mi padre, sin embargo sé que al verlo el día 11 de diciembre, acá en mi casa, su malestar era evidente y no pude menos que tratar de paliarlo.

Mientras preparaba el desayuno le di un pocillo con una infusión de jengibre adicionada con miel y limón. Él se recostó en el mueble y cerró sus ojos para descansar mientras era la hora de salir. Luego, desayunamos huevos pericos (con cebolla y tomate), arepa y chocolate. Me dejó media arepa, pero todo lo demás se lo comió y lo disfrutó como era habitual en él.

Partimos hacia el aeropuerto juntos en silencio y con algunos comentarios sobre el paisaje o señalando cosas intrascendentes. No recuerdo si había música o no, pero recuerdo que iba a su lado, feliz y tranquila como solía estar cuando compartíamos juntos la carretera. Luego al devolvernos a mi casa su actitud fue aún más silenciosa y fuera de lo común pero él se lo atribuyó al malestar, así que me dijo que se iba a recostar mejor en su casa. Nos despedimos y eso fue todo.

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Cuando le pedí que me prestara la parcela para hacer un asado con mis amigos dijo que sí, cuando le dije que me prestaba la camioneta, tampoco se opuso. Al teléfono me dio todas las indicaciones para entar y encontrar sus sitios secretos para las cosas. Y ya en el lugar, les mostré cada uno de los detalles que mi papá había soñado y había hecho y les conté lo orgullosa que me sentía de todo lo que él había logrado. Luego, al final del día, compré los medicamentos para mi pequeño malestar que iba en aumento y un par de medicinas que me habían encargado. Al entrar a la casa, mi papá estaba abatido y tumbado pero, aún así ninguna alerta estaba encendida. Me despedí luego de agradecerle por todo y lo besé. Le dije que lo quería mucho y le dije que por favor se cuidara, el dijo que sí y que también me quería.

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Mis sintómas casi que los pasé en silencio ante mi familia pero aún así llamaba a averiguar cómo seguía mi papá. Me dijo que lo acompañara a hacerse la prueba del COVID pero le dije que prefería no hacerlo por mis síntomas y él me entendió. Dijo que mejor cuidara de mí, y que si él llegaba a estar enfermo mejor no nos vieramos hasta estar recuperados. Los resultados de su exámen llegaron cuando el ahogo era significativo y la saturación de oxígeno le bajaba a niveles sospechosos. Ni mi hermano ni yo pudimos verlo en esas circustancias, así que mi madre bajó a cuidar de él. Así estuvo sólo dos días hasta que tuvo que ser llevado de urgencia a la clínica y allí fue intubado de inmediato. Mi madre lo despidió cuando él aún estaba consciente y le dijo que todo estaría bien.

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En cuidados intensivos estuvo conectado a un respirardor por doce días. Tuvo un tratamiento completo de antibiótico y aún así presentó una neumonía de alta peligrosidad que desencadenó en un infarto.

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Mis hermanos y mi madre lloraron desde la parcela de mi papá, su muerte. Yo, de cunclillas lloraba sin parar y procurando no ahogarme. Fui a un parque desde donde se aprecia un bosque en el vacío. Lloré y lloré hasta que mi cuerpo y mi alma así lo necesitaron, hasta que fui capaz de componerme y me aislé de nuevo en mi casa. Hasta acá llegó toda mi familia y en un abrazo de dolor nos fundimos. No había nada más qué hacer, ya mi papá no estaba.

pandemia (III)

Todo empezó como un malestar en la garganta, un malestar que se parecía a viejos malestares, pero que no se fue con el primer día de remedios caseros. El segundo día, la fiebre empezó a manifestarse en todo mi cuerpo en tiempos irregulares pero largos y constantes. Primero me automediqué para el síntoma y luego me mediqué para lo que asumí era el inicio de una infección en la garganta.

Ya con la fiebre en mi cuerpo y ante la incertidumbre de la causa, decidí no volver a salir. Mis ingresos como conductora de plataforma se esfumaron pero mi cuerpo y la salud pública requerían limitar al máximo mi movilidad. La fiebre cedió luego de dos días de medicamentos y antibiótico. El sentido del olfato y el gusto se fueron después. El agotamiento y la fatiga al respirar me duraron un poco más.

Los días no fueron dificiles en casa. La fiebre no fue del todo difícil pero difícil fue el interrogatorio y los comentarios de mis caseros. Difícil salir de casa por un trámite y tener que mentir y medir de manera paranoica cada uno de mis movimientos e interacciones. Difícil, realmente difícil fue no salir a auxiliar a mi papá cuando la enfermedad también lo iba atacando de manera silenciosa y constante.

pandemia (II)

El día de la muerte de mi tía Beatriz y ante su ausencia en la ciudad, mis tías lloraron juntas en silencio en la casa. Algunas personas, como yo, acudimos al encuentro y vivimos juntos la pena. En la semana estuve allí algo más de tres o cuatro veces. Mi papá estaba ahí, mi papá vivía ahí.

Tan sólo unos cuantos días después la enfermedad empezó a manifestarse y uno a uno fuimos cayendo en cama con diferentes síntomas y con diversa intensidad. Sin embargo, ninguno pensó o quiso comprobar que aquello que teníamos era el virus del que llevábamos meses escondiéndonos y que ahora debíamos atravesar.

En la última visita que hice, mi tía Tránsito estaba en cama con un decaimiento evidente. Mi tía Helena había desaparecido porque su hijo se la llevó de esa casa de enfermos. Mi tía Maritza huyó a su casa queriendo prevenir su contagio y no estaba tampoco en casa. Mi papá estaba acostado en su cama convenciéndome que estaba bien y que aquello era sólo un malestar general. Mi tía Carmen tenía una pequeña congestion gripal… y yo, yo ya experimentaba la fiebre y el malestar.

Estábamos enfermos, estábamos contagiados.

pandemia (I)

Mi tía Beatriz era la hermana mayor de mi papá. Los años empezaron a jugar con sus recuerdos pero su personalidad amable y cariñosa no se vió afectada. La vi antes de que el virus llegara, tal vez unos meses antes, o en navidad, pero recuerdo co certeza que con un fuerte abrazo me dijo que me quería.

Me cuentan mis primas que mi tía no entendía ni compartía las políticas del gobierno. Cada ocasión de descuido era una oportunidad de ver hacia la calle y soñar con la gente que ya ni siquiera pasaba por el frente de la casa. Pero los días y la economía fue poniendo la situación en esa casa más y más difícil, y un par de semanas después de aprobada la libertad en los traslados interdepartamentales, a mi tía la subieron en un avión y la enviaron a Bogotá con sus hijo de mayor estabilidad económica. Todo lo que allí ocurrió es confuso, las especulaciones y las historias contradictorias vienen de todas partes pero antes de que acabara el mes de noviembre la noticia era una: La tía Beatriz tiene COVID y está muy enferma.

Mi tía Beatriz contaba con más de ochenta años, con dos hijos varones y dos hijas mujeres, ocho nietos y algunos problemas de salud de base. Mi tía Beatriz murió el 6 de diciembre, con una mascarilla que debía darle oxígeno a sus pulmones, lejos de gran parte de su familia que se encontraba en Bucaramanga, y sin consciencia. Mi tía Beatriz fue la primera víctima fatal de este virus en mi familia y con dolor nos reunimos a llorar su pérdida.